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 PlanetaLABORAL

Entre cristos negros...

Cristos negros.jpg

Gustavo A. Saturno Troccoli.

Profesor de Derecho Laboral en Universidad Interamericana de Panamá.

Laureate International Universities.

Ciudad de Panamá, abril 2019.

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“Nada es más hermoso,

nada cautiva más el espíritu,

que la figura del Nazareno o de un crucificado”.

Cecilio Acosta.

 

La veneración de imágenes es una tradición muy arraigada en la Iglesia Católica, a pesar de las críticas que se han lanzado en contra de ella, por la supuesta violación del Libro Bíblico del Éxodo, que ordena: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra…”.

 

Sin embargo, los católicos seguimos venerando -que no es lo mismo que adorar- imágenes de personajes religiosos. Y unas de las más admiradas, al menos en este lado del mundo, son los cristos negros: una costumbre especialmente expandida desde Panamá hasta el Sur de México.

En efecto, un estudio realizado en 2011, reveló que sólo en la Región Centroamericana, existen por lo menos 272 santuarios locales que veneran a un Cristo Negro.

Algunos piensan que el origen de esta tradición pudiera estar en el Cristo Negro de Esquipulas, una imagen de Cristo Crucificado que se venera en la pequeña ciudad guatemalteca del mismo nombre, cerca de las fronteras con Honduras y El Salvador.

La figura fue construida a base de madera por el escultor -de origen desconocido- Quirio Cataño, en 1594, cumpliendo las órdenes de los misioneros españoles que habían comenzado ya la evangelización de los pueblos conquistados.

Sin embargo, el origen y la razón de la tez morena de esta imagen y su relación con otros cristos negros de la Región, es algo que todavía está en discusión. Porque mientras algunos señalan que el Cristo de Esquipulas fue originalmente blanco y que su tono oscuro se debió al paso del tiempo y a los efectos de la humedad, otros piensan que la presentación de un Cristo moreno fue una acción deliberada de los misioneros católicos, con el fin de poner a Jesús más próximo a los nativos y a los africanos traídos a América.  

En cualquiera de los casos, lo cierto es que, en la actualidad, muchas réplicas de este Cristo Negro se exhiben y veneran -más allá de las fronteras guatemaltecas- en varios templos de México. También en la Ciudad de Juayúa de El Salvador, en el departamento Yoro de Honduras, en la municipalidad del Sauce en Nicaragua, en el Catón de Alajuelita de Costa Rica y en el distrito de Antón en Panamá, para citar apenas algunos ejemplos.

Y más allá de la Región Centroamericana, también existen réplicas de este Cristo Negro en los andes venezolanos, en la Quito del Ecuador y en varias localidades de los EEUU, como Phoenix (Arizona) y Pompano Beach (Florida).

Otros cristos negros, distintos al de Esquipulas, se exhiben también en varios templos de la Región. En Panamá, por ejemplo, el Cristo Negro de Portobelo -El Naza- que reposa en la Iglesia de San Felipe de la ciudad colonense de Portobelo, es un ícono para la Nación panameña.

Esta imagen se hizo especialmente famosa después de que el Sonero Mayor, Ismael Rivera, se hiciere devoto de la figura y le dedicare una de sus más famosas canciones: El Nazareno.

A Maelo le siguieron Celia Cruz, Pete “El Conde” Rodríguez, Cheo Feliciano y Gilberto Santa Rosa. Por eso, hay quienes califican al Cristo Negro de Portobelo como “El Santo de los salseros”.

Una de las tantas leyendas que rodean a esta imagen, dice que unos pescadores lo encontraron flotando en una caja en el mar durante una epidemia de cólera, que terminó el mismo día que el Cristo fue colocado en la Iglesia.

Pero la veneración de cristos negros -como se ha dicho antes- no es exclusiva de Centroamérica. En la Capital de Venezuela, un Cristo negro con características muy similares al de Portobelo, es venerado con especial devoción por los caraqueños: me refiero al Nazareno de San Pablo que descansa en la Basílica de Santa Teresa, ubicada en el corazón de la ciudad.

La construcción de esta obra se le atribuye al escultor sevillano Felipe de Ribas, quien la habría elaborado a base de madera de Flandes, mientras transcurría el siglo XVII.

Según la leyenda, en 1697, los enfermos de una peste de vómito negro que azotó a Caracas, se curaron luego de beber el jugo de unos limones que cayeron al suelo durante la procesión del Nazareno.

Se dice que el racimo cayó después de enredarse en la corona de espinas de la figura; y que los devotos recogieron los frutos y dieron de beber inmediatamente a los enfermos, curándolos así de una muerte segura.

La historia está magistralmente descrita en el poema El limonero del Señor, del gran poeta venezolano Andrés Eloy Blanco, que tanto nos intentaron enseñar de niños, cuando todavía no teníamos la madurez suficiente para entenderlo.

Lo que quiero destacar con estas líneas es lo parecido que me han resultado las imágenes del Cristo Negro de Portobelo de Panamá y el Nazareno de San Pablo de Venezuela. No solo en las características de las figuras, sino en la forma como son venerados cada uno por su pueblo.

Ambos retratan la figura de un Nazareno Negro vestido de morado, y no a un Cristo crucificado. Y reciben múltiples ofrendas y sacrificios de sus fieles.

Los dos salen en procesión cada Miércoles Santo, para anunciar el fin de la Cuaresma y el inicio de la Pascua. A uno lo cargan bajo el ritmo de los tambores; tres pasos adelante y dos hacia atrás, para simular las olas del mar; mientras el otro es llevado bajo la marcha fúnebre del Maestro Pedro Elías Gutiérrez; el mismo que compuso Alma Llanera.  

 

Además, ambas imágenes están envueltas en leyendas populares y se le atribuyen la curación de enfermos en tiempos de peste.

 

Quizás todos los nazarenos negros se parecen y lo sorprendente para mí sea que apenas a ellos dos he logrado conocer personalmente; quizás sea la nostalgia que me empuja a buscar similitudes para recordar un tiempo en el que fui feliz; o quizás el parecido se deba a que sigo viviendo en el Caribe, ese país de la América Latina que, como diría Gabriel García Márquez, no es de tierra, sino de agua.

 

Lo que sí es indudable, es la diferencia tan particular que separa hoy a ambas figuras, pues mientras el Nazareno de San Pablo observa a su pueblo sufrir y morir lentamente, el Cristo de Portobelo ve al suyo progresar en medio de un régimen de libertades.

 

Por eso, como devoto del Nazareno de San Pablo y ahora también del Cristo Negro de Portobelo, en esta Semana Santa, de la mano de Andrés Eloy Blanco, pido para Venezuela a Jesucristo Nuestro único Señor:

 

¡Oh, Señor, Dios de los Ejércitos.

La peste aléjanos Señor!

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