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 PlanetaLABORAL

Mi papá, Albo Saturno Riccio

(1928 -2018)

 

“¡Cuán grande riqueza es, aun entre

los pobres, ser hijo de un buen padre!" 

Juan Luis Vives.

Cada vez que uno de los amigos de mi papá fallecía, él inmediatamente se ponía a escribir una semblanza del que le había tocado partir. Se encerraba en su viejo estudio de la Quinta Sombrita y no salía de allí hasta que la nota estuviese terminada. Después nos la leía en el almuerzo, ajustaba los últimos detalles y la mandaba a publicar en el Semanario “La Religión”, “La Iglesia Ahora” y, en alguna ocasión, en el diario “El Universal”, para aquel momento uno de los de mayor circulación del país.

Era fascinante ver el resultado de aquellas líneas, en las que lograba conjugar su talento innato para las letras (su verdadera vocación), con el sentimiento puro y sincero que siempre tuvo hacia sus amigos.

Mi papá con el Presidente Raúl Leoni

IVIC, Altos de Pipe, estado Miranda.

Asumía aquella tarea como una obligación de vida; como si tuviera el deber de plantarse frente a la muerte y decirle que aunque, esa vez, había logrado arrebatarle a uno de los suyos, jamás lograría borrar de su memoria lo recorrido con ese amigo a lo largo de la vida. Porque mi papá, como el poeta, sabía que sólo de olvido muere un Hombre.

Ahora quien partió fue él y su semblanza la escribo yo, porque ya no quedan tantos de aquellos viejos compañeros que probablemente se hubiesen animado a hacerlo. Y es que mi papá tuvo la dicha de tener una vida prolongada, que le permitió sobrevivir -no sólo a sus padres y cuatro hermanos, sino también- a la mayoría de sus amigos. Por eso siempre repetía una frase de Uslar, que decía: “envejecer es ver morir a los amigos”. Y papá, ciertamente, envejeció.

Reconozco que toda semblanza debería comenzar por los méritos académicos y profesionales de la persona a quien se recuerda. Y mi papá tuvo muchas de esas virtudes, porque además de graduarse de médico en la Universidad de Siena, en Italia, no sin antes superar muchos obstáculos familiares (una leucemia mieloide aguda que se llevó tempranamente a mi abuelo) y políticos (el cierre de la UCV, como consecuencia de la dictadura perejimenista), logró también realizar sus estudios de postgrado en Virología -ni más ni menos que- en la Universidad de Yale, gracias a una Beca que le otorgó el Gobierno del Dr. Raúl Leoni.

Allí se codeó con virólogos del prestigio del Dr. Wilburg Downs, en una vivencia que lo marcó y recordó hasta el fin de sus días. Fue investigador del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), donde se consagró como un cazador de mosquitos; y, por veinte años, Profesor en la Escuela Vargas de la UCV, en la que alcanzó la jefatura de la Cátedra de Microbiología, a petición de sus propios colegas.

 

Como docente -me comentaba una vez uno de sus más insignes alumnos- terminaba sus clases con una breve exposición de Arte. Se valía entonces de aquellos viejos retroproyectores para mostrarles a sus discípulos diapositivas de la Capilla Sixtina o del Mueso de Luvre, seguramente con la intención de enseñarles que no solo de medicina vive un médico.

En sus tiempos de liceísta y mientras transcurría el trienio democrático, alcanzó la presidencia del Centro de Estudiantes del Fermín Toro. Lo apoyó entonces el Partido Social Cristiano Copei, que apenas aparecía en la escena política venezolana. Por eso, un importante dirigente copeyano le dijo una vez que él había sido el primer socialcristiano electo popularmente en Venezuela. Sin embargo, lo cierto fue que mi papá se había lanzado primero como independiente, y que después de aquella experiencia -que por cierto le valió más adelante dos días en los calabozos de la temida Seguridad Nacional- se mantuvo ajeno a la militancia política y a los cargos públicos.    

Sin embargo, no es sobre su Curriculum Vitae sobre lo que quisiera escribir, porque, a fin de cuentas, buenos microbiólogos y presos políticos, Venezuela ha tenido muchos. Prefiero hacerlo sobre dos de las cualidades de su personalidad que a mí más me impactaron desde niño, y que quizás pudieran servirles a quienes hoy leen estas líneas, aun sin haberle conocido.

El primero de esos rasgos es que Albo Saturno siempre tuvo claro que algún día moriría. Por eso, se dedicó a cultivar su espíritu más que sus bienes. Asumió su profesión como un apostolado y nunca como una forma para hacerse rico. Vivió plenamente y con un especial sentido de trascendencia. Disfrutó cada momento como si fuera el último, pero sin evadir sus responsabilidades como esposo, padre, profesor y ciudadano. Amó profundamente a Venezuela, por eso, a pesar de haber tenido la oportunidad de establecerse en el exterior en, al menos, dos ocasiones, siempre regresó al terruño. Fue un lector empedernido, le gustaba descubrir cosas nuevas, escribir, escuchar música, ver películas de Hollywood, hacer crucigramas, pintar, cocinar, crear cosas con sus manos; y siempre -pero siempre- disfrutó de una conversación inteligente y amena.  

Se acercó a Dios de la mano de mi mamá y del Movimiento de Cursillos de Cristiandad, al que le profesó una inmensa admiración, respeto y gratitud. Allí se desempeñó como Sub-director Nacional de Cursillos al lado del inolvidable Padre Cesáreo Gil, y logró conocer a varios de los amigos que lo acompañarían a lo largo de su vida.  

Fue un trotamundos, por aire, mar y tierra. Un viajero empedernido que se atrevió a cruzar manejando el Muro de Berlín; que condujo en Londres con el volante del “otro lado”; que atravesó los EEUU, desde St. Paul hasta Miami, para embarcarle una camioneta a una de mis hermanas, rumbo a Venezuela; que manejó 18 horas seguidas de Caracas a Bucaramanga. Un individuo al que se le incendió su carro en el legendario Ferry Virgen del Valle, en unos de sus tantos viajes a la Isla de Margarita; y que siendo yo apenas un niño, me obligó a montarme en un “barrigón” sin cabina presurizada, para volar a Puerto Ayacucho y así visitar a una de mis hermanas que para entonces hacía su postgrado de medicina con los militares.

La otra cualidad de mi papá que quisiera compartir con quienes leen estas líneas, es como Albo Saturno hizo de la amistad uno de los valores más sublimes de su vida. Sus amigos eran para él una familia escogida que formaba parte fundamental de su existencia. De ellos nos habló siempre con afecto y admiración. Y los quería por lo que eran, no por lo que tuviesen o le pudieran ofrecer.

Por eso, después de jubilarse, se dedicó a organizar una peña de dominó para lograr reunirlos a todos cada sábado. Claro que el dominó era apenas una excusa para seguirse encontrando con ellos, porque mi papá jamás logró dominar el arte de las 28 piedras (y de eso mis dos hermanos varones y yo podemos dar fe suficiente).

Pero jamás olvidaré como a media tarde, a la mitad de un bolero y una buena comida, papá sacaba de su bolsillo un papelito escrito de su puño y letra, que contenía una reflexión sobre cualquier tema. Empezaba así una tertulia que podía ser de historia, artes, ciencias, poesía, música, política, deportes o cualquier otra curiosidad. Sus amigos -que no tardaron en bautizar aquel momento, como los “cinco minutos culturales del dominó”- detenían el juego para escucharlo y opinar sobre el asunto. Entonces, en ese preciso instante, ocurría el milagro: un ambiente de camaradería, nostalgias, afectos, fe y esperanzas, se apoderaba de un lugar repleto de personas de la tercera edad.    

Por eso, aunque hoy me siento triste por su partida y en cierta forma desilusionado, porque un accidente en la historia de Venezuela no me permitió estar con él en sus últimos días, me reconforta saber que mi papá disfrutó su vida y que siempre estuvo acompañado de personas entrañables que le hicieron más corto el camino.  

Tengo fe de que ya está en el cielo y que después de reunirse con sus padres, Giosué y Antonietta, y con sus hermanos Lina, Dilio, Eleonora y Nelson, a quienes extrañó cada instante después de su partida, volverá a organizar su peñita de dominó con aquellos viejos y entrañables compañeros que se le adelantaron. Gente buena como los sacerdotes Salvador de Espinosa Dutrús y Hermógenes Castaño, y personajes tan nobles como Álvaro Mora, Luís Heredia Morales, Dilio Saturno, Amós Barreto, Dimas (el negro) Restrepo, Carlos Betancourt, Luís Henrique Yánez, Manuel Carballo, Bartolomé Mata, Enrique Ostos y tantos otros. Porque papá tuvo la dicha de pertenecer a una generación de hombres justos y sencillos que, como diría Borges, lograron salvar al mundo. 

    

Además -y para completar- mi papá fue un esposo, padre y abuelo amoroso.

Caracho negro Albo!!!

Gustavo Saturno, Caracas, 18 de junio de 2018.

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